Mandarinas

Pensar en cítricos, especialmente en las mandarinas, me rememora inmediatamente a mi infancia. A cuando yo tenía cuatro años y mi madre estaba embarazada de mi hermana menor, el único de sus embarazos que puedo recordar (mi otra hermana nació casi inmediatamente después que yo). Recuerdo que vivíamos (alquilábamos) en una casa de San Martín, con patio y dos árboles: uno de limones y uno de mandarinas.

Puedo recordar también momentos como cuando nos subíamos a un poste que había y le tirábamos, con mi hermana un año menor que yo, piedras al gato del vecino. Recuerdo incluso que teníamos un gato, uno negro, uno que en realidad un día vino a casa y se quedó allí, uno que mis padres no planeaban tener. Y recuerdo que un día simplemente desapareció y no supimos más de él. No sé si mis padres habrán sabido y no nos quisieron contar o si realmente un día se fue, a la larga era un gato callejero.

Pienso en mi mamá embarazada y no tengo forma de recordar pero sí me han contado que siempre sintió antojos por lo cítrico. Y que, cuando por algún motivo el doctor se lo prohibió o se lo desaconsejó, nunca sé ni entendí (no entiendo qué tiene de malo comer cítricos pero tampoco sé qué es estar embarazada), mi padrino, que ayudó y estuvo mucho en nuestros años más tempranos, el hombre más bueno que hay sobre la Tierra, le traía a escondidas bolsas de naranjas.

Pero lo que sí recuerdo por mí misma, aunque vaya uno a saber cuánto se puede haber deformado ese recuerdo con los años, es cuando estábamos en esa casa de San Martín y mi madre estaba enorme a causa de su tercer embarazo, y no podía parar de comer. Y una de las cosas que más disfrutaba, era de las mandarinas. Lo que recuerdo es que se comía tantas que no le daba tiempo al árbol para que diera nuevas frutas, o al menos para que éstas maduraran. Me acuerdo que ella me convidaba, porque a mí también siempre me gustaron los cítricos, y me acuerdo que se comía muchas verdes. Literalmente, estaban verdes. Pero eran ricas igual, porque yo las comía con ella y no recuerdo que me disgustaran. Hoy pienso y supongo que eran más ácidas, pero eso no lo recuerdo.

El otro día pasé con el colectivo, como paso siempre, por las mismas calles cerca de casa. Como paso siempre por los mismos lugares, a veces dejo de mirar porque simplemente doy cosas, lugares, paisajes, por sentado. Estaba por bajarme y veo fugazmente un árbol con mandarinas. Lo vi tan rápido que hasta un poco dudé de mi vista.

Hoy, que no tuve que ir a trabajar, salí a comer, sola, por el barrio, a un lugar que siempre quise visitar, de tanto pasar frente a él con el mismo colectivo, pero no lo había hecho aún. Al volver, recordé ese árbol y lo busqué. Estaba segura de que estaba en cierta esquina y cuando llegué allí y no lo vi, dudé una vez más de mí misma. Había otros árboles, más aburridos, sin frutas, sin otro color que no sea el verde. Pero seguí caminando y a la esquina siguiente lo encontré. Estaba ahí. No pude porque estaba muy alto pero no hubiese agarrado seguramente uno de sus frutos. Sólo le saqué una foto, desde abajo porque soy chiquita y así sentí que me envolvía. Esta foto:

Entrada siguiente
Deja un comentario

1 comentario

  1. Gerardo

     /  agosto 22, 2016

    leyendo esto recordaba este tema… https://www.youtube.com/watch?v=Ab_2URALjNI

    Responder

Deja un comentario