El momento para mí, aquel que no tengo ganas de compartir con nadie. La escena menos erotizante vista desde afuera: no me toco desnuda o vistiendo sexy ropa interior destapada sobre la cama; lo hago con el pijama puesto, cubierta hasta el cuello por las mantas, en especial cuando hace frío. Tampoco gimo y me retuerzo como si estuviese poseída; me masturbo en silencio y sin moverme demasiado excepto en el momento en que acabo y tiemblo y quizás de mi boca sale algo más que un suspiro.
A veces para inspirarme pienso en un reencuentro pasado, en algún amante a quien no pienso admitir que me gustaría volver a ver, otras veces pienso en algo más reciente, o en alguna situación específica en la que probé algo distinto. A veces no quiero pensar en gente “real” y enfoco en mi cabeza la imagen de ese actor de mirada pícara y tatuajes en el brazo, o la de la actriz que me gusta desde mi adolescencia, con sus labios carnosos que parecen pedir a gritos ser mordidos, o las dos imágenes juntas porque en mi fantasía supieron ser amantes. Es en este momento cuando puedo pensar en lo que quiera porque nadie más que yo tiene acceso a ese nivel de mi conciencia aunque haya veces en que me asuste de mí misma por las cosas que se me llegan a ocurrir. A veces puede ser algo erótico, provenir de las ganas de llegar a ese estado de placer conmigo; otras veces funciona casi como una descarga y puede suceder quizás como con bronca o furia. Mientras mis dedos se mueven dibujando círculos cierro los ojos, me muerdo el labio inferior a veces hasta hacerme sangrar y luego abro la boca y de allí se escapa el suspiro alargado que indica fin. Quizás ahora logre dormir más relajada o al menos me calme el dolor de cabeza.
La masturbación como manera de demostrarme a mí misma que tengo cierto control sobre mi cuerpo, que nadie me conoce mejor, que es y siempre será mi relación más duradera. Porque desde que tengo memoria me toco y me exploro, aún antes de saber qué estaba haciendo, producto de una curiosidad siempre insaciable. Antes de ser deseada quiero desear, el deseo me mueve. Masturbarme me enseñó más que mis amantes. Si disfruto de estar con otra persona es porque antes disfruto de estar conmigo.
* Una versión un poco reducida de este texto fue seleccionado y publicado en el libro La Ola Imparable, editado por Tahiel. Actualmente se puede conseguir por acá.